La etapa de la preadolescencia se ha situado en torno a los
10-12 años. Suele aparecer ligeramente antes en niñas que en niños, aunque
depende de cada uno puede aparecer antes o después sin que esto suponga un
problema grave. Acompañada de grandes cambios físicos y emocionales, la
preadolescencia supone un proceso de adaptación para el niño… Y para la
familia. El funcionamiento del núcleo familiar va a tener que realizar ciertas
modificaciones para re-adaptarse a los nuevos patrones relacionales con el niño
o niña, que va camino ya a convertirse en adolescente. Puede parecer obvio en
ocasiones, ya que es un momento evolutivo por el que todo adulto ha pasado,
pero… ¿sabemos que podemos esperar en este momento?
En la preadolescencia los niños no son tan niños, pero
tampoco son adolescentes. Durante esta etapa, comienzan a darse los cambios
físicos característicos de la pubertad, que vienen de la mano de cambios
emocionales. Aparecerán importantes fluctuaciones en el estado de ánimo.
Además, durante esta etapa los niños comienzan a desarrollar en mayor medida su
sentido de identidad. Buscan mayor independencia, tanto comportamental como
emocional, de manera que se van erigiendo a sí mismos.
Hasta ahora, estos niños y niñas acudían a la familia para
todo. En el pasado padres y madres tenían una gran influencia, siendo vistos
casi como unos “superhéroes” que todo saben y solucionan. En cambio, inmersos
en este proceso de búsqueda de autonomía, independencia e identidad, focalizan
su atención hacia su círculo social de iguales a la hora de buscar apoyo,
opinión o consejo. Comienzan a
desapegarse, lo que a muchos padres y madres puede generarles un gran impacto emocional
en primera instancia: ¿será que ya no me quiere como antes? ¿Por qué está tan
insolente? ¿Ya no me respeta? ¿Va a ser ahora siempre así?
¿Qué esperar de esta
etapa?
Como se comenta anteriormente, es una etapa de cambios. Es
una etapa de experimentación autónoma de quiénes son y que les gusta. De
búsqueda de interacciones sociales fuera del círculo familiar. Esta etapa
supone nuevos retos y actividades. Como añadido, aparecen conductas por las que
parecen que el niño o niña “rechaza” las muestras de afecto o de interacción de
los padres. No es raro encontrarse con un gran número de familias, que afirma
que su hijo o hija “se avergüenza cuando muestra afecto en público” o “nos
llama pesados/as” a todas horas. Cuando ocurre esto, en muchas ocasiones se
puede interpretar como desprecio, como si ya no quisieran o valorasen nuestro
apoyo o afecto. No obstante esto no es así. Solo ocurre que las situaciones en
las que mostrarlo y como mostrarlo van a cambiar. La búsqueda de independencia
hará que quieran dar una imagen para incluirse en un círculo social y tenemos
que aprender a adaptar el comportamiento externo a la nueva situación.
En esta etapa surge además una “necesidad” de diferenciarse
de los padres y madres. De ahí que comiencen, como describen muchas familias,
las peleas, las desobediencias (¡más!),
los retos… que vendrán de la mano de ese querer tomar distancia. En muchas
ocasiones, las familias se lo pueden tomar como algo personal: “lo hace para
fastidiarme”. Y en parte podría ser. Pero en la mayor parte de ocasiones es
algo normativo y la importancia de saber manejarlo será esencial en el paso a
la adolescencia: gestionar manteniendo límites, sin negar la posibilidad de
negociar en lo que sea negociable.
Otro elemento a tener en cuenta y al que prestar especial
atención es que durante la preadolescencia pueden empezar a aparecer conductas
de riesgo. La exploración de la identidad, el deseo de “sentirse adultos”, la
experimentación con sustancias como el tabaco o el alcohol y la exploración de
la sexualidad pueden comenzar ya en este momento (aunque se dan más habitualmente
durante la adolescencia). En este sentido, la mejor opción será siempre la
información y la apertura al diálogo con los niños, aunque en ocasiones pueda
costarnos.
Por lo expuesto, se puede ver claramente que se trata de una
época en la que, de golpe, empiezan a darse muchos cambios y en la que tenemos
que estar ahí, desde una distancia ligeramente ampliada a como estábamos antes.
Las familias tienen que aprender a hacer una tarea complicada al principio pero
que luego se va tornando más sencilla: acompañar, apoyar y acompasar a sus
hijos en este proceso desde una distancia algo mayor a la habitual, que les
permita el fomento y desarrollo de su autonomía e independencia.
Para ello, dos puntos serán esenciales: Fomentar una
relación positiva y educar con límites, sin negar las opciones a negociar lo
negociable. A continuación os contamos un poco como hacerlo.
Qué hacer en nuestro
día a día de la preadolescencia en
adelante
Cada vez más y a medida que entran en la adolescencia, habrá
que negociar condiciones, habrá que adaptarse y en más de una ocasión los
padres y madres serán los “malos de la película”. Para superar con éxito esta
fase, la idea esencial es mantener los límites que hagan falta: pero fomentar
las buenas relaciones familiares, adaptadas al nuevo funcionamiento del núcleo
en el hogar.
Está claro que la adaptación a esta fase va a suponer todo
un reto. Para las familias es un proceso de adaptación en el que pueden
aparecer miedos, inseguridades… tristeza porque ya no son pequeños… Pero
también orgullo, emoción… Tendremos que aprender a gestionar todo eso además de
enseñarles a ellos y ellas a gestionarse a sí mismos.
¿Cómo lo hacemos?
Mostrando afecto y
cariño: que se desapeguen más durante esta fase no quiere decir que no
deseen ni aprecien muestras de afecto. Solo que tendremos que aprender a
hacerlas de manera diferente. Igual ya no le apetece que, delante de sus amigos
o amigas, le achuchemos y le digamos cuanto le queremos. Según que conductas de
afecto, tendremos que moderarlas al contexto de intimidad de casa. Pero
incluso, en público se puede mostrar el afecto de maneras más sutiles para que
perciba el apoyo. Una simple sonrisa, por ejemplo, hará una importante función.
Fomentando la vida en
familia: acciones tan sencillas como, en la medida de lo posible, sentarnos
todos juntos a comer. Es probable que con el ritmo de vida que llevamos,
para muchas familias sea complicado…
pero si se puede, sentarse todos juntos a comer, sin televisión y disfrutando
de una conversación conjunta favorecerá el mantenimiento de lazos familiares y
afectivos positivos. De esta manera, mantenemos el clima familiar idóneo sin
tener que sacrificar poner límites cuando sea necesario.
Compartiendo momentos
cotidianos: Compartir pequeños momentos como estar relajados en el sofá con
una conversación agradable, cocinar un postre… Serán momentos ideales. También
puede ser ver una película o una serie que os guste a ambos. Aunque mi recomendación
aquí, sería compartir cosas que no impliquen audiovisual. Ya estamos rodeados y
absorbidos a todas horas por las nuevas tecnologías…
Creando momentos
familiares: Generad vuestras propias tradiciones, vuestros propios
momentos… Si hay una buena noticia, si ocurre algo positivo, aprovechad para
celebrarlo y/o darle la importancia que se merece y queráis darle.
Interesándonos por
sus intereses y compartiéndolos: En esta época explorarán diferentes
hobbies, experiencias… van a ver qué les gusta y qué no. Intenta buscar algo en
común o si no interésate por eso que le gusta (¡genuinamente!). Es probable que
en muchas ocasiones, intereses que tengan nos pillen un poco “fuera de juego”
(no son los mismos intereses los que puedan tener los niños nacidos en plena
era tecnológica, que los que podríamos tener nosotros) y sea complicado. Pero
aún así, será necesario encontrar la manera de mostrar ese interés…
Aquí también me gustaría hacer un inciso y es que habrá que
elegir también los momentos. Elegir un momento en el que el niño o niña está
comunicativo. Si intentamos preguntarle sobre lo que hace cuando está absorto/a
en una actividad, o tiene pocas ganas de hablar, fácilmente recibiremos ese
temible “eres un/a pesado/a”. Cuando mostramos interés y curiosidad cuando
quieren contarnos algo, o cuando iniciamos la conversación y vemos que están
comunicativos, se sienten escuchados, comprendidos y valorados.
Dejándoles fracasar y
tener éxito por si mismos/as: no necesitan ya una vigilancia constante,
pero cuesta romper el hábito de protegerles siempre. Habrá que comenzar a dar
espacio para que prueben cosas, dejarlos ir… y que aprendan a valerse por sí
mismos cuando estén solos. Cosas tan sencillas como que se hagan ese corte de
pelo tan horrible, que luego les parece un desastre… Siempre habrá que tener en
cuenta que límites no son traspasables. Pero habrá que permitir que vivan,
hagan, comentan y aprendan de errores que no supongan consecuencias graves. Y
estar ahí para apoyarlos en el momento de realización del error.
¿Y la educación, los
límites?
A pesar de aprender a dar cierto espacio no debemos olvidar
que la familia es pilar clave en la educación y que siguen siendo niños. Los
límites y las normas van a tener un papel importantísimo y, aunque ahora
algunas cosas se “negocien”, habrá límites que no serán traspasables. Por ello,
en esta etapa es importante que aprendas a diferenciar lo que de verdad importa
de lo que no, dándole la libertad que necesita y siendo flexible y tolerante
con ciertas cosas que igual no compartes. Pero sin flaquear en lo importante.
Además, esta “flexibilidad” debería ser gradual y adaptarse al momento
evolutivo del niño. No vas a “negociar” de igual manera con un preadolescente
de 12 años, que con el mismo cuando entre ya a la adolescencia.
En los casos en los que negocies, puede que tengas que
adoptar más el papel de fuente de información que de autoridad. Si quiere hacer
algo que no te agrada pero no tiene consecuencias severas, infórmale del por
qué no te agrada, que inconvenientes tiene y posteriormente le dejas elegir. No
podemos controlar todo, por lo que habrá que centrar las energías de
prohibiciones y castigos a aquellas situaciones que pueden tener consecuencias
graves (durante esta etapa aparecen muchas conductas de riesgo relacionadas con
los círculos sociales y tal vez será más importante incidir aquí).
En esta etapa, con el establecimiento de límites pueden
algunos padres y madres verse abrumados por perder el amor de sus hijos. Pero
no tiene por qué ocurrir. Establecer límites no quiere decir que no sea con
amor. Y si se hacen actividades juntos y se fomentan las relaciones positivas,
el afecto y el clima cálido están ahí y no tienen por qué implicar un deterioro
en la relación.
Si tenéis niños/as que estén
pasando por esta etapa y necesitáis asesoramiento, no dudéis en poneros
en contacto con Martínez Bardají psicología y salud.
Estaremos encantadas de ayudaros.